Entre
Antonio S. Pedreira y Edgardo Rodríguez Juliá: Por una
morfología cultural
©
Jaime L. Martell Morales
1.
"La renuncia del héroe Baltasar" y el espacio del
diálogo
Hay dos instancias que marcan la generación literaria puertorriqueña
de los setenta y cuyo conocimiento, en buena medida, ayuda a interpretar
o por lo menos contextualizar buena parte de la obra de Edgardo Rodríguez
Juliá.
a. Entrada la década del 70, entra también en crisis el
Ateneo Puertorriqueño, institución desde donde los intelectuales
proyectarían sus interpretaciones de la cultura y de la identidad
puertorriqueñas. El Ateneo, fundado en 1876, respondía
según Silén a los intereses de unas clases. Fue la expresión
de unos sectores que socialmente se fueron marginando dentro del proceso
de cambio social que se daba en el país. Esta institución,
que representaba los valores tradicionales de raza-sangre-familia del
nacionalismo puertorriqueño, entra en crisis en el momento en
que esos valores se vuelven obsoletos y son cuestionados por una generación
de escritores que comienza a identificarse con una nueva concepción
del mundo (Silén 100).
b. Durante
los 70 comienzan a reinterpretarse los hechos históricos. Este
proceso se produce, más que como una revisión de los
hechos ocurridos, como un descubrimiento de los ocultamientos llevados
a cabo en la historiografía "oficial". (Daroqui 45)
Es el momento de la impugnación, de las primeras manifestaciones
de la "nueva historia", cuando los lugares comunes consagrados
en las exégesis oficiales, en los libros de texto y en la mitología
cultural que se transmitía respetuosamente, empezaron a ser
objeto de crítica. Es hacia 1970, cuando la manera de concebir
y de escribir la historia se convirtió en uno de los centros
polémicos. Arcadio Díaz Quiñones, en un ensayo
fundamental para apreciar este proceso, identifica al historiador
puertorriqueño Gervasio L. Rivera como el primero que revela,
de una manera coherente, las categorías constitutivas de la
nueva historia. Más aún, manifestando una clara consciencia,
este historiador rechaza algunas de las tendencias de la "vieja
historia"; entre ellas, las explicaciones basadas sólo
en la trayectoria de las "personalidades" históricas,
y la exclusión de sectores de la realidad puertorriqueña
en las representaciones históricas [1].
En este contexto
propongo ubicar la tendencia que examinaremos en varias de las obras de
Rodríguez Juliá hacia el diálogo transgresivo con
el discurso de interpretación nacional característico del
nacionalismo culturalista. Rodríguez Juliá se sitúa
dentro de esta tradición ideológica para desarticularla
y re-elaborarla.
1.1. El
espacio del diálogo
Habría que demarcar o identificar coordenadas dentro de las
cuáles hallamos índices que señalan a los interlocutores
o intertextualidades de ese diálogo. Para ello tanto los marcos
narrativos de las novelas La renuncia del héroe Baltasar
y de La noche oscura del niño Avilés, como las
tramas y tópicos recurrentes en ambas, apuntan a claves de
lectura fundamentales para el desciframiento del diálogo. Examinemos
algunos de estos índices.
1.1.1. Marco
narrativo: La historia narrada en "La renuncia" está
enmarcada por tres conferencias que dicta un ateneista, Alejandro
Cadalso, en 1938 en el Ateneo Puertorriqueño. Fecha y espacio
apuntan al momento y el lugar relacionados históricamente con
el origen y la divulgación del discurso del nacionalismo culturalista.
El espacio donde se sitúa a Cadalso, y el tiempo, el Ateneo
Puertorriqueño durante la década del 30, apuntan a uno
de los interlocutores de ese diálogo "sincrónico
y ucrónico" que transita toda la obra de Edgardo Rodríguez
Juliá [2]. Espacio y tiempo remiten aquí
a una instancia en la fundación y difusión del discurso
sobre la identidad puertorriqueña inscrito dentro del nacionalismo
de tendencia culturalista. La fundación del Ateneo Puertorriqueño,
ocurrida el 30 de abril de 1876, tuvo como propósito, -- según
expresa Arturo Morales Carrión, en la Dedicatoria del
libro que recoge las ponencias del centenario ( "Foro del Ateneo
Puertorriqueño, 1940" ) --, el afirmar los más
nobles valores de la cultura patria. Esta sería la institución
que promovería la formación de la conciencia colectiva.
Sería, según Morales Carrión, el "núcleo
representativo de la puertorriqueñidad". (XI)
Durante la tercera década del siglo, ocurre
una gran eclosión del sentimiento nacionalista, alentado, entre
muchos factores, por la crisis económica que asolaba la isla,
el poder creciente que sobre la isla tenían las instituciones
coloniales en manos de norteamericanos, además del grave problema
cultural que representaba la política de americanización
impuesta en la educación de Puerto Rico por el gobierno de
Estados Unidos. El discurso culturalista comienza a conformarse, entonces,
como reacción a la situación que se vivía desde
el despuntar del siglo XX, -- con la ocupación de la isla por
los norteamericanos --, y como anticipo a las posibles transformaciones
que a partir de entonces se afrontarían [3].
1.1.2. Nombre del ateneista
- El nombre del ateneista que dicta las tres conferencias que configuran
el marco narrativo de "La renuncia", y que aparece luego
como el del prologuista de "La noche oscura", Alejandro
Cadalso, evoca a Alejandro Tapia y Rivera, fundador del Ateneo.
1.1.3. Intrahistoria
- Alejandro Cadalso recurre al concepto de intrahistoria para enfocar
y explicar la historia narrada. Este concepto había sido formulado
por Unamuno en En torno al casticismo, y se volvió fundamental
en las interpretaciones de la identidad cultural elaboradas por los
discursos culturalistas. El concepto unamuniano de "intrahistoria"
se deriva de la "historia interna" común a la historiografía
del siglo XIX. El término se fundamenta en la idea de que existen
ciertos valores que son eternos y que configuran la esencia intrahistórica
del ser nacional [4].
Ambas novelas entran en
la corriente que Julio Ortega ha denominado la "novela de la historicidad
latinoamericana". Respondiendo a una pregunta de Julio Ortega respecto
al parentesco de La noche con las llamadas "novelas de nuestra
historicidad", --que ponen en crisis la historia misma, sus registros
y códigos --, Rodríguez Juliá comenta que:
Nuestra
historicidad implica un adentramiento en ese mal llamado "encuentro"
de utopías anheladas y pasados destruidos, de grandes
imágenes empobrecidas
por la humillación de la memoria y la explotación
del cuerpo. Se trata de una
colisión, o encuentro catastrófico, de fuertes
cosmogonías como la europea, la
indoamericana, la africana (Julio Ortega, Reapropiaciones
156). |
Frente a
la representación utópica del pasado, y las versiones
oficiales, que como evocaciones tienden al ensueño como gesto
evasor de la realidad histórica presente, Rodríguez
Juliá sugiere, en una de sus entrevistas, lo que ha llamado
las "pesadillas de la historia":
Entonces,
un poco la pesadilla, un poco lo que es imaginación y ensoñación,
se convierte en un hecho literario significativo para entender el
mundo de la vigilia, para entender el mundo histórico (Ortega
1991, 131).
La noción de "pesadillas de la historia" propuesta
por el autor se revela aquí como crítica a la práctica
excluyente de las versiones oficiales, tanto en la elaboración
temática como en la estética de éstas. Alejandro
Cadalso utiliza el término al comentar los olvidos que se producen
en la memoria colectiva. Sobre la existencia de la Nueva Venecia dice
en el prólogo a La noche oscura lo siguiente:
Lo cierto
es que Nueva Venecia también desapareció de la
memoria colectiva del
pueblo, ya para siempre desterrada al olvido, convertido su
recuerdo en pesadilla de la historia, borrada de libros y canciones
su breve posadura en el tiempo. Nueva Venecia se convertía
así en oscuro reverso de nuestra pacífica y respetable
historia colonial. (XIII) |
Las "pesadillas
de la historia", en la interpretación de Rodríguez
Juliá, serían entonces los aspectos o hechos de la realidad
que las versiones oficiales dejan fuera. Pesadillas, como ensoñación
desvelada, serían también los elementos que se resisten
a la concepción y estructura del relato letrado, y que se descubren
en la tensión patente entre la representación y el deseo.
1.2.
Intrahistoria y cultura
En La renuncia del héroe Baltasar el ateneísta
Alejandro Cadalso se propone examinar la figura de Baltasar Montañez
como "elocuente testimonio de nosotros mismos". Este enigmático
héroe del siglo XVIII, según Cadalso, tiene mucho que
decir acerca de nuestra "condición humana". Distinto
a una de las tendencias en la práctica de la historiografía
tradicional, cuya intención expresa, fundamental, era prestar
atención a hechos considerados memorables, trascendentes, el
objeto de la investigación de Cadalso está centrado,
en cambio, en los aspectos más velados de la naturaleza humana.
El historiador intenta incursionar en una zona cuya comprensión
no sólo requiere de la investigación científica
sino de la magia del ensueño. Para poder entrar en la "equívoca
región del mito y la leyenda"(8-9) [5].
Cobra importancia la dimensión intrahistórica, las figuras
de bajo relieve que, en cambio, tienen una gran profundidad humana
y que colaboran tanto como otras en la configuración de nuestra
imagen. Baltasar Montañez sería una de esas figuras:
"Su lugar, su estancia histórica está entre la
gran historia y la intrahistoria, entre la truculencia del hecho trascendente
y el susurro de las vidas ignotas". (7-8)
La recurrencia, irónica sin duda, a la
noción de intrahistoria introduce una de las líneas
fundamentales en las que el diálogo entramado en La renuncia
centra su polémica con el discurso de la tradición del
nacionalismo culturalista puertorriqueño. La cita de Miguel
de Unamuno y de su noción de intrahistoria apunta, ya de entrada,
a una de las concepciones que caracterizarán a los discursos
de la tradición culturalista: la interpretación esencialista
de la identidad nacional a partir de la consideración de ciertos
valores tradicionales que la definirían [6].
En su diligencia por definir la identidad cultural
puertorriqueña, Antonio S. Pedreira recurre a las mismas consideraciones
teóricas a las que recurría Unamuno. Éstas, coincidentemente,
conservaban aún vigencia en América Latina. Entre ellas,
la preocupación por una descripción o interpretación
científica de los caracteres o mentalidades nacionales. La
definición de la cultura que ofrece Pedreira está muy
influida por esta corriente [7].
Después de declarar que su deseo es penetrar en la esencia
de la vida, y de manifestar su aspiración a "construir
analíticamente la armonía de nuestro carácter",
Pedreira pasa a definir cultura como las "maneras de entender
y de crear" que diferencian en grupos nacionales a la humanidad.
Más adelante se refiere a ella como "ritmo vital".
Y al aludir al momento de transición en el que estaba Puerto
Rico, por la influencia del "gesto" anglosajón que
se filtraba entonces, define ya la cultura puertorriqueña como
un ademán de la hispánica, la que constituía,
según Pedreira, la esencia de aquella. (28-30)
La concepción esencialista de la historia se revela en la hermosa
imagen del mar que Unamuno introduce para ilustrar su idea de la tradición
como sedimento y revelación de lo intrahistórico. Las
olas de la historia, con su rumor y su espuma, ruedan sobre un mar
continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que ondula
sobre un mar silencioso, y a cuyo último fondo nunca llega
el sol. El momento histórico, lo que a diario se cuenta en
los periódicos, no es sino la superficie del mar; y en el fondo
de éste, se encontraría la vida intrahistórica.
Unamuno concibe la verdadera tradición como algo continuo,
semejante al fondo del mar. Para él, la ola de la historia
no sería más que sólo "otra agua que otra,
es la misma ondulación que corre por el mismo mar". (28)
Con esta consideración coincidirá Pedreira cuando al
referirse a la transitoriedad del momento, respecto a lo permanente,
señala que "el rebozo en el mar es transitorio aunque
venga del fondo". (27)
En la formulación de los discursos del
nacionalismo culturalista, tanto en los ensayos de Pedreira como en
los de Tomás Blanco, así como en una amplia gama de
géneros discursivos y poéticos creados por escritores
coetáneos y posteriores a ellos, el espacio interior invocaba
lo permanente. En él se fijaba la tradición que se quería
conservar. Así, la imagen de la casa familiar se convirtió
en emblema de cultura y de tradición puertorriqueñas,
a la vez que símbolo de resistencia frente a la influencia
de la civilización moderna proveniente de Estados Unidos. La
casa familiar se oponía al ámbito urbano y su diversidad
social y cultural. Frente a éste, que en el discurso letrado
se representó como el lugar de lo heterogéneo, de lo
múltiple, de la dispersión, el espacio interior de la
casa, así como el sistema de convenciones familiares se erigían
como un factor de orden. (Cfr. Rodríguez Castro 1987, 63) La
imagen de la casa posee así las características de lo
eterno y de la intimidad protegida que el filósofo francés
Gaston Bachelard dilucida a partir de diversas recurrencias en textos
literarios europeos [8].
A la pretendida armonía de la nación se habría
de corresponder la armonía en la cultura y en sus manifestaciones.
Esto dio paso a una exclusión de lo discordante en las versiones
oficiales de la historia y de la identidad cultural. Las versiones
oficiales integraban en sus definiciones culturales sólo aquellos
elementos que consideraron armoniosos entre sí. De los textos
treintistas surgió, entonces, el relato de una nación
de filiación hispánica, católica, defensora de
la pureza de la lengua y respetuosa de las jerarquías sociales.
Se constituyó un relato de continuidad y de armonía
social que, al elegir unas secuencias históricas y literarias,
fundaba su linaje cultural y político excluyendo otros linajes
del campo de la representación nacional. (Rodríguez
Castro 1993, 43-44)
Pedreira, en su empeño por crear y promover
una conciencia de la cultura propia, entra, como muchos de sus escritores
coetáneos, a participar en el proceso que el historiador Eric
Hobsbawn denominó la "invención de la tradición".
(Cfr. The Invention of Tradition, 9) Mediante la formulación
de una serie de imágenes y tópicos, así como
con la elaboración de una historia nacional, los intelectuales
entran en un ritual de naturaleza simbólica que busca inculcar
ciertos valores y normas considerados esenciales. A partir de estos
valores pretenden demostrar la continuidad con el pasado, a la vez
que lograr la cohesión nacional [9].
2.
Entre la integración y la dispersión
Frente a las versiones de la cultura y de la historia puertorriqueñas,
elaboradas dentro del contexto culturalista, la obra de Edgardo Rodríguez
Juliá adopta una postura y un enfoque distintos. Las novelas
y las crónicas permiten la entrada de lo disonante, la confluencia
de diversos géneros, voces, poses, y la carnalidad verbal,
que se corresponde con la sensualidad visual y la voluptuosidad del
cuerpo. Muchos de sus textos, que se caracterizan por su estructura
fragmentaria, dan la impresión de haber sido concebidos, precisamente,
en su naturaleza de tejido, de entrecruzamiento de hilos, con puntadas
acabadas o incompletas. Este rasgo rompe con la concepción
armónica del texto y de la historia cultural a la que aquél
pretende representar.
El carácter fragmentario de las obras
de Rodríguez Juliá, que relaciono con el carácter
de su textualización como tejido en el que se entrecruzan voces
e imágenes diversas, apunta hacia una de las concepciones de
la escritura que aparecía en Pedreira [10].
Me refiero, específicamente, a la consideración de ella
en su dimensión pragmática. Así, en la "Brújula
del tema", ensayo que sirve de introducción a Insularismo,
Pedreira presenta la analogía entre la escritura y la costura.
Mi propósito
es más bien señalar los elementos dispersos que
pueden dar sentido a nuestra personalidad. Para responder a las
preguntas que insistentemente quebrantan mi reposo he escrito
este ensayo personal, cosido en el deseo de abolir las
renovaciones teóricas. En vez de remendar los andrajos
de la patria con hilo de lamentaciones o parches de indiferencia
yo vengo a proponer que la ataviemos pulcramente con nuestros
deberes. (30. Énfasis añadido) |
Deberes que quedan condensados en la escritura misma como práctica
teleológica. La obra se transfigura entonces en representación
textual de lo que debe ser la cultura y la patria; es la figuración
y configuración letrada de la cultura y de la historia de ésta.
El texto será el vestido con que se ataviará a la patria.
Vestido cuya pulcritud debe carecer de los remiendos y parches que
rompen la continuidad del tejido. En él, entonces, habrá
de integrarse aquellos elementos cuya coherencia den sentido a la
personalidad que se intenta definir. En esto mediaría un proceso
de selección que implicó, por tanto, una serie de omisiones.
La fragmentariedad de los textos de Rodríguez Juliá
se produce como apertura al proceso de integración que proponía
Pedreira. Lo disperso será uno de los signos más acentuados
en las descripciones de las crónicas de Rodríguez Juliá.
A la continuidad del tejido de Pedreira, se ofrece como respuesta
lo discontinuo. Esto se percibe en la dificultad que tiene el cronista
para captar mediante un golpe de vista toda la complejidad de la multitud.
Opta entonces por los rostros individuales.
Ahora
quiero un golpe de vista que sea capaz de resumir toda esta
complejidad.
Pero ocurre que la multitud resulta incapaz de posar. Una multitud
jamás asume
pose,... (El entierro 77)
|
La noción
de intrahistoria en la obra de Edgardo Rodríguez Juliá
cobra un matiz más llano: el autor indaga la historia a partir
del hecho considerado intrascendente, de las vidas ignotas, de las
manifestaciones culturales que el discurso nacionalista muchas veces
desdeñó. La indagación sobre los modos de sociabilidad,
sobre el dinamismo de la cultura, y la naturaleza cambiante de ésta,
plasma, como en la crónicas de Rodríguez Juliá,
la historicidad de la realidad social y cultural. La pervivencia de
formas de interacción, de costumbres, de modos de decir, de
sentir y, sobre todo, la voluntad de ser de los puertorriqueños,
a pesar de los cambios producidos por las "olas del tiempo",
es lo que le otorga presencia a la cultura; y no las esencias que
intentó "fijar" el discurso del nacionalismo culturalista.
Este discurso, en su pretensión, tuvo dos desaciertos principales.
Al definir la identidad puertorriqueña tendió a considerarla
como algo acabado, definitivo. Cualquier definición, por cierto,
ya implica que su objeto es algo definible por estar, precisamente,
definido. A la par con esto, la definición conllevó
también una carácter prescriptivo, un "cómo
debe ser".
A esa práctica, en las crónicas
de Rodríguez Juliá se ofrece como alternativa la indagación;
la exploración guiada más por la curiosidad y la vivencia,
que por el interés de la definición. Opta, entonces,
por la descripción. A las preguntas que iniciaran, a partir
de 1929 en la revista Indice, una de las tradiciones discursivas más
arraigadas en la historia puertorriqueña, -- el cómo
y qué somos --, se ofrece como respuesta y rearticulación
el énfasis en el ¿cómo somos? [11].
El narrador de las crónicas considera la definición,
tal vez por ésta implicar ya ciertos supuestos, algo fácil.
En El entierro de Cortijo, al observar la diversidad de su
pueblo, llega a la siguiente consideración.
¿Cómo
definir este pueblo? Definirlo es fácil, pero ¡qué
difícil es describirlo! Es pueblo, pueblo, mi pueblo puertorriqueño
en su diversidad más contradictoria... (18) |
Estas crónicas
llevan al lector a formularse más preguntas, no a la adopción
de respuestas. El conocimiento de lo representado siempre llega de
manera oblicua, nunca de forma clara y ordenada como en los textos
del nacionalismo culturalista. Al mismo cronista, la complejidad de
su pueblo se le resiste a la sujeción en la descripción.
De ahí que la sujeción, como figura retórica,
no surta efecto. Al cronista le resulta muy difícil atrapar
la realidad en una imagen. El resultado es que a la sintaxis impuesta
por el discurso culturalista a la realidad, se opone la proliferación,
como aparente desorden. El cronista de El entierro sufre un
tipo de vértigo al encontrarse metido dentro de la multitud
y experimentar el desorden debido al "atronador sincretismo".
...la ansiedad
me asalta y temo un desmayo jactancioso de blanquito metido en
baile de gallina; todas las percepciones se confunden, se trata
del atronador sincretismo de estas tierras, de la total ausencia
de tradición y propiedad,... (87) |
3.
"El cruce" entre la diversidad: la morfología cultural
Mediante la metáfora del mar, tanto Pedreira como Unamuno,
ilustraban su concepción del devenir histórico como
lo externo a la densidad continua del fondo. Para ellos, el momento
histórico era sólo índice de lo transitorio.
La verdadera esencia se hallaba en el fondo continuo, estable, imperecedero.
El cruce de la bahía de Guánica abre con una
descripción de la bahía y de sus aguas. En esta descripción
bajo las crestas del oleaje corre un "río indeciso".
Al nadador, lo que desde la orilla percibía como apacible,
se le revela entonces amenazante. El mar, en ésta y otras crónicas
playeras del autor, adquiere los signos contradictorios del hechizo
y la repulsión, es la configuración de un espacio fronterizo
y peligroso, pero seductor.
En estas crónicas, el mar y la muchedumbre
se corresponden como espacios liminales a los que el cronista-nadador
se aproxima, siempre aprensivo, envuelto en una mezcla de curiosidad
y seducción [12]. En El cruce
esta correspondencia aparece matizada por la alternancia entre los
recuerdos del cronista-nadador y las interrupciones que sufre su fluir
de conciencia con cada comentario sobre sus experiencias y sensaciones
durante el recorrido acuático. En el siguiente pasaje aparece
de manera muy clara esta analogía en el "adentrarse"
en la multitud.
...comentábamos
los pormenores de una aventura cada vez más íntima--
Justo
cuando uno llega al centro empiezan a levantarse las olas, como
marullos, es
lo que más impresiona... Y cuando mi Pablo ya estuvo contento,...,
nos
adentramos en las Fiestas Patronales y confundidos los tres con
la multitud,...
(30. Las itálicas pertenecen al autor de la obra.) |
En El
entierro de Cortijo, el pasaje en que el cronista llega a uno
de los lugares habitados por el pueblo remite a esta correspondencia:
"Pero bajándome del taxi simplemente me encontré,
de frente, con una temible extensión mítica" (12).
La incursión
del nadador en las aguas de la bahía prefigura la incursión
del cronista en la realidad social, en la historia. El cruce connota
la horizontalidad de esta incursión de la escritura y del cronista.
Frente a la verticalidad, --la "expansión vertical"--,
la ida hacia adentro que Pedreira proponía para buscar el mundo
y encontrarse así mismo, el viaje a la deriva del cronista,
entre la multitud, parece proponer la dispersión, la expansión
horizontal.
La crónica, a partir de esta incursión, comienza a descubrir
la realidad social multiforme con su diversidad de rostros culturales.
Desarrolla una indagación, unas veces complaciente, otras,
inquietante, de la diversas formas culturales y sus modos, tradicionales
o nuevos, de sociabilidad. Lejos de ser un mero meandro técnico
o juego metaliterario, la figuración cruce-escritura adquiere
amplitud en su carácter de vivencia al profundizar en la dimensión
afectiva y reflexiva de la experiencia del cronista inmerso en la
realidad social de su entorno.
En "El cruce", que introduce las otras crónicas que
componen el libro homónimo, el cronista comenta que cada uno
de los tres cruces que ha nadado tiene su propia personalidad. Al
caracterizarlos, alude específicamente a las sensaciones que
experimentó en cada uno de los transcursos. Del primero, cuenta
que nadó muy rápido al principio, sin mirar mucho a
su alrededor; se sentía rodeado por el miedo de encontrarse
justo en el centro de la bahía. Entre lo que recuerda de este
cruce, menciona el terror que sintió al encontrarse en medio
de "aquellos marullos". Del segundo cruce, refiere sensaciones
más de carácter físico; éste se convertía
en una agradable travesía. Y, del cruce actual, el que corresponde
a la crónica, comenta la fuerza que sintió.
Alcanzada la zona en la que el mar se vuelve más amenazante,
la euforia le altera el sentido del tiempo y del espacio, y luego
experimenta un cansancio placentero, como si la materialidad del cuerpo
se volviese ajena. Llega el momento en la travesía, allá
en el mismo medio del mar, en el que el nadador-cronista logra una
cadencia perfecta, y le invade una sensación de libertad. En
ese instante no hay separación entre el nadador y el agua.
La imagen del encuentro con la amada homologa el placer que experimenta
el nadador: "como hacer el amor con la mujer de toda la vida".
(38-42)
Estas tres experiencias van trazando la trayectoria en la aproximación
hacia el otro. Es la exploración de una otredad amenazante
y seductora. Esta crónica se vuelve anticipo del encuentro
del nadador-cronista con la multitud puertorriqueña y con la
diversidad de ésta. La crónica, como género basado
en la observación directa y en la inmediatez de la circunstancia,
adquiere, consecuentemente, la forma de una historia personal. Los
comentarios y observaciones, las descripciones, y los juicios van
revelando al cronista. El sujeto se re-presenta en la subjetividad
de su palabra. A partir de esta dimensión, puede estimarse
que el cruce de la bahía se figura en la crónica como
un cruce textual, producido por las voces, posturas, entonaciones
de la multitud, y por la voz del cronista. Es la configuración
de ese diálogo múltiple, sincrónico y ucrónico,
al que vengo aludiendo desde el inicio del ensayo.
Este cruce de voces en las obras de Rodríguez Juliá
bien connota una respuesta a la dialéctica del dentro y del
fuera recurrente en la literatura culturalista. El imaginario espacial
deslindaba el interior del exterior, al considerar aquél como
resguardo de la integridad del ser, y éste como dispersión,
como el afuera amenazante. En las crónicas de Rodríguez
Juliá se produce esa imposibilidad que Bachelard observaba
en la poesía de Rilke. En ella, según el filósofo
francés, lo de dentro y lo de afuera no están abandonados
a su oposición geométrica. En las páginas de
Rilke se produce un circuito en donde los ruidos confusos e irreales
vuelven a su sentido concreto y familiar. Para vivir este circuito
en la realidad de las imágenes, Bachelard entiende que es preciso
"ser sin cesar contemporáneo de una ósmosis entre
el espacio íntimo y el espacio indeterminado" (269-270).
Ósmosis claramente discernible en muchos pasajes de las crónicas
de Rodríguez Juliá, en donde la voz, las palabras y
la imaginación del cronista resultan asaltadas por las del
otro.
El cruce de la bahía se va transformando
en el cruce de la escritura sobre esa realidad que ahora se revela
como múltiple, discontinua, y en cuya superficie, como en la
del mar, se descubre la diversidad de cuyo sedimento se forma el aluvión
del fondo. Esa diversidad que configura la multitud entre la cual
Bill, nadador compañero del cronista, se irá a la deriva,
aparece también entrevista en la mirada del "molleto"
en una de las pinturas de Rafael Ferrer, que Rodríguez Juliá
comenta en otra de sus crónicas. En las pinturas de este artista,
las ensoñaciones, "como en toda Arcadia, son perturbadas
por miradas extrañas, ajenas" [13].
La hosca mirada del molleto se descubre, según el autor, como
la intromisión de la realidad social en la Arcadia ensoñada
del deseo. La "hosca mirada" es la mirada del otro, es su
realidad e identidad, que percibimos desde nuestra orilla, como lo
distinto, disonante.
El cruce del cronista, en todas y cada una de las crónicas
que recoge el libro, se produce a través de espacios de amplia
congregación social, lugares y ocasiones en los que sobresale
la diversidad social y los diversos modos de interacción entre
las clases, así como sus lugares de coincidencia. Las crónicas
visitan espacios como el concierto de salsa, las playas; ocasiones
como la visita del Papa a la isla, el espectáculo o show, entre
otros. En "Para llegar a Isla Verde", el cronista comenta
que recorrer las playas del litoral de Isla Verde es como atravesar
las clases sociales de la ciudad, sus clanes, sectores y submundos,
su extranjería y marginalidad. En esos lugares escucha las
voces de la multiplicidad social, "la sucesión de acentos
y actitudes históricas que conforman la polifonía barroca
de San Juan". (El cruce 53)
En estos espacios la circunstancia, el momento preciso, y el entorno
del cronista, conducen a éste a una visión horizontal
de la realidad. La búsqueda que proponía Pedreira adquiere
en estos textos una cierta nivelación entre el yo del cronista-narrador
y su entorno. Nivelación que en modo alguno aparece como resuelta;
por el contrario, siempre es problemática. Este aspecto, en
lugar de otorgar preeminencia a la voz autoritaria del autor, lo que
hace es afirmar más la direrencia y la imposibilidad de la
traducción del otro.
En fin,
soy uno más, porque, a la postre, se trata de acariciar
la personalidad con
algún gesto irreductible de valentía, resistencia
y disciplina. En el fondo, todos
llevamos ilusiones incumplidas, somos una partida de fracasados
en busca de esa
necesaria borrachera de verano para el ego. (El cruce 31) |
Notas:
[1]
Arcadio Díaz Quiñones, "Recordando el futuro imaginario:
la escritura histórica en la década del treinta",
33. En este ensayo, el autor remite también a un juicio que
manifiesta la voluntad de ruptura de los nuevos historiadores. Para
Angel Quintero Rivera, otra figura clave de la nueva postura anunciada
por García,
La
historia que se nos ha dado como nuestra no es nuestra historia, sino
la mitología de una clase social... Nosotros queremos romper
con estas interpretaciones (34).
[2]
De este modo caracteriza Rodríguez Juliá la postura
que asume frente a la historiografía tradicional, cuando desde
sus primeras dos novelas propone un diálogo con el pasado desde
las coordenadas del presente. Refiriéndose a La noche oscura
del niño Avilés señala que:
...es
irreverente con esa historia porque se niega a mirar el pasado desde
el pasado. Mi novela intenta un diálogo como significación
para nosotros, para el presente. Ese diálogo, esa interlocución
tiene que ser, por lo tanto, sincrónico y ucrónico,
un espacio de congregación para todas las voces y poses, actitudes
y modas, ...' "Edgardo Rodríguez Juliá: La historia
bajo acecho," (Reproducido en: Ortega, 154-155)
[3]
En el "Prólogo" al Foro, Vicente Géigel
Polanco, uno de los principales ideólogos del nacionalismo
culturalista, propone que la celebración del foro tenga como
fin ser un estudio serio y meditado de nuestras realidades, en plan
de "fijar las orientaciones y definir los valores que podrían
contribuir a la formación e integración de una cultura
que sea expresión de la personalidad puertorriqueña".
(5) La cita pone de manifiesto una de las ideas rectoras para la formulación
del discurso culturalista: no sólo constituía para ellos
una definición de la cultura, basada en "un estudio serio",
sino que debía cumplir también con una función
pragmática, la formación e integración de esa
cultura.
Remito a un estudio crítico indispensable para la lectura del
Foro, realizado por María E. Rodríguez Castro, "Foro
de 1940: Las pasiones y los intereses se dan la mano". Este aparece
en el tomo Del nacionalismo al populismo: Cultura y política
en Puerto Rico, editado por Rodríguez Castro y por Silvia
Álvarez-Curbelo. (Véase la Bibliografía)
[4]
Para un análisis del concepto, véase el artículo
de J. W. Butt, "Unamuno's Idea of Intrahistoria". Para un
estudio de Unamuno dentro del contexto del pensamiento nacionalista,
véase el libro de Inman Fox, La invención de España
(Vea la Bibliografía).
[5]
El término "intención" resulta siempre un
tanto problemático; no obstante, me refiero a intenciones expresas
en el texto mismo, entendiéndolas como objetivos o finalidades
que según los mismos textos historiográficos guiaban
la escritura de la historia. Tradicionalmente, y particularmente a
partir de las postrimerías del siglo XVIII, la escritura de
la historia buscaba el apego a la verdad, basándose en fuentes
documentales o de primer orden. Para ello no sólo era importante
recurrir al dato concreto, sino también a procedimientos retóricos
que lograran la verosimilitud en lo narrado. Los espacios velados
de la realidad podían aparecer en planos secundarios y, mayormente
se proscribían a escritos de pertenencia literaria o imaginativa.
No obstante, la interacción de ambas dimensiones, lo real y
lo ficcional, en la escritura historiográfica, es un hecho
que investigadores contemporáneos han demostrado. Hyden White
ha examinado cómo las fronteras entre ficción e historia
un tanto se difuminan en el proceso de la escritura. Según
White, los procedimientos empleados en la escritura, las técnicas
de representación, para lograr la verosimilitud, adquieren
mayor peso al considerarse la noción de verdad que el hecho
mismo considerado real. La verdad no se equipara con el hecho en sí,
sino con la combinación de hechos y de conceptos matrices,
apropiadamente distribuidos en el discurso. (Tropics of discourse,
129)
[6]
Carlos Pabón discute cómo el actual resurgimiento del
nacionalismo, en su discurso de la puertorriqueñidad, recurre
también a una interpretación esencialista de lo nacional.
Se
trata de un discurso que postula una nacionalidad homogénea
e hispanófila. Es
decir, de un imaginario nacional que borra a los demás, elimina
la diferencia y
excluye a la inmensa mayoría de los puertorriqueños.
(23)
El discurso neonacionalista pretende fijar la nacionalidad a base
de un criterio determinante e inmutable, como la lengua o la etnicidad,
o a base de una combinación de criterios "objetivos"
tales como la lengua, territorio común, cultura común,
religión, etc. (24)
[7]
Dos estudios resultan particularmente importantes en cuanto al trasfondo
ideológico de la obra de Pedreira. Juan Flores, en su libro
Insularismo e ideología burguesa, reseña como
trasfondo del ensayo de Pedreira la morfología de la cultura
elaborada por Oswald Spengler, y la influencia del arielismo y del
pensamiento de Ortega y Gasset. En su artículo "Palés
y Pedreira: la rumba y el rumbo de la historia", Hugo Rodríguez
Vecchini identifica el Idearium español de Angel Ganivet
como otro de los modelos de la etnografía ontológica;
además, en ciertas consideraciones de Pedreira, percibe una
influencia predominante de Unamuno. (Véase Bibliografía)
[8]
Según Bachelard, la casa es uno de los mayores poderes de integración.
La casa en la vida del hombre suplanta las contingencias, multiplica
sus consejos de continuidad. Sin ella, el hombre sería un ser
disperso. (La poética del espacio, 36-37)
[9]
En este contexto, los "intelectuales" se interpreta como
un grupo minoritario cuyos miembros demuestran sentir, más
que sus coterráneos, un mayor apego y una necesidad de estar
en comunión con los símbolos y mitos que trascienden
las condiciones más concretas e inmediatas de la vida. Para
un estudio sobre el papel del intelectual, véase a Edward Shil,
en On Intellectuals. (Vea Bibliografía)
[10]
Aprovecho la etimología de la palabra, que considero rezuma
en las consideraciones teóricas de Pedreira. La acepción
de la palabra "texto" se deriva del latín textu,
y del verbo texere, que significa tejer, componer, escribir. (Cfr.
Diccionario Vox, en su versión electrónica.)
[11]
El 23 de abril de 1929, Antonio S. Pedreira (1899-1939), Samuel R.
Quiñones (1904-1976), Alfredo Collado Martell (1900-1930) y
Vicente Géigel Polanco (1904-1979) fundan la revista Índice.
La máxima preocupación de esta revista fue el análisis
de la personalidad puertorriqueña, la definición de
sus rasgos constitutivos a la luz del pasado. El editorialista de
esta revista, Antonio S. Pedreira, dará inicio en el segundo
número de la publicación a un diálogo que girará
en torno a las preguntas "¿Cómo somos? ¿qué
somos?".
[12]
En su reseña sobre el libro de Alain Corbin, El hechizo
del mar, después de resumir y comentar el origen y evolución
de las imágenes literarias del mar, que la obra traza, Rodríguez
Juliá aplica éstas en sus comentarios sobre la naturaleza
de las playas como lugares del deleite sensual y como espacios en
donde habita la marginalidad. Su lectura del libro de Colbin, como
ocurre con muchas de sus reseñas, resulta sugestiva para la
lectura de sus propias obras. (Cfr. "El hechizo del mar"
en la Bibliografía)
[13]
"El jardín violado y recuperado: la pintura de Rafael
Ferrer en Las Terranas", incluido en El cruce, 140.
BIBLIOGRAFÍA
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y modernidad: El intelectual puertorriqueño ante la década
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